Organización, resistencia y sanación: así viven la pandemia las mujeres indígenas en Abya Yala
Por: Andrea Rodríguez, Jovanna García, Quimy de León, Celeste Mayorga y Lucie Costamagna
“Ahorita que te contesto justo salgo de acuerpar a una compañera con caso de COVID-19”, así fue como iniciamos nuestro diálogo con Lorena Cabnal, maya-xinka e integrante de TZK’AT, la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario en Guatemala. Para poder comprender la manera en que las mujeres indígenas están enfrentando y asumiendo la pandemia del COVID-19 en Abya Yala, hablamos con algunas activistas y lideresas que dirigen y participan en procesos organizativos: en Guatemala con mujeres xinkas, mayas q’anjob’al, kaqchikel y k’iche’; en Colombia con mujeres del pueblo Nasa y Arhuaco; y en Chile con mujeres Mapuche y Champurria.
Todas continúan sus actividades políticas, aunque de manera irregular y adaptándose a este nuevo contexto. Hay un tipo de trabajo que se ha duplicado y es el de los cuidados del hogar, del territorio y del cuerpo. Frente al abandono del Estado, las mujeres han reforzado sus tejidos de solidaridad y sus redes de resistencia ancestral para hacer frente a la pandemia: “yo creo que ahora más que nunca nosotras como mujeres debemos apoyarnos entre nosotras, no dejarnos, unirnos más. No solamente reunirnos en el ámbito familiar, sino unirnos en estas luchas en contra de este Estado opresor que vivimos en diferentes países y, sobre todo, es un llamado a conectarnos con nosotras mismas desde nuestro ser, porque nuestras manos son sanadoras, nuestra mente también”, explicó Ana María Top, maya Kaqchikel, integrante de la Asociación Grupo Integral de Mujeres Sanjuaneras- AGIMS.
Los vacíos del Estado y la exclusión histórica
En dos de estos tres países, Chile y Guatemala, la memoria histórica vinculada a las dictaduras volvió al presente. El patrón de violencia continúa, las secuelas son la militarización, despojo, violencia sexual y represión en las comunidades indígenas. El año pasado uno de los hechos que marcó el continente se dio en Chile: las protestas multitudinarias que reclamaban cambios estructurales fueron violentamente reprimidas. Llegó la tortura, violencia sexual, asesinatos y daños oculares, entre otros vejámenes. Los policías chilenos son los responsables de buena parte de estos crímenes.
Los conflictos provocados por el modelo extractivo tienen un elevado impacto ecológico y en la vida comunitaria. Los pueblos indígenas, tras siglos de despojo están defendiendo lo último que les queda. Colombia es uno de los países con más disputas por el territorio debido a los megaproyectos y el narcotráfico; en Guatemala el pueblo maya q’anjob’al enfrentó uno de los conflictos más fuertes del planeta con una hidroeléctrica española; y Chile engloba 117 conflictos socio ambientales de acuerdo con el Instituto Nacional de Derechos Humanos del país.
En Chile, con la pandemia, el escenario represivo no ha variado. Onesima Lienqueo, psicopedagoga y educadora tradicional mapuche cuenta que “alrededor de cien mujeres de su pueblo que trabajan en sus territorios en huertas y hortalizas, han sido brutalmente criminalizadas por la venta de sus mismos productos locales. Sacándolas del lugar, quitándoles sus cosas por parte de la policía y un nivel de violencia en el cual han existido detenciones graves, torturas, vejaciones, incluso mordeduras en el momento de la detención”.
En Guatemala, el gobierno decretó estado de calamidad para enfrentar la pandemia, lo cual implicó la limitación de las garantías y derechos de todas las personas. En dos grandes territorios indígenas impusieron estados de sitio con el pretexto de enfrentar a los grupos armados y narcotráfico, afectando a los movimientos comunitarios en defensa del territorio, y deteniendo principalmente a mujeres mayas. Uno de estos territorios es el departamento de Sololá, en donde se encuentra la Asociación de Desarrollo de la Mujer K´aK´a Na´oj –ADEMKAN- dirigida por Silvia Menchú, quien nos contó parte del contexto que viven las mujeres en su comunidad.
En este mismo territorio las comunidades rechazaron los decretos emitidos por el gobierno al punto de cerrar carreteras, ya que las medidas para frenar la enfermedad beneficiaron a las grandes empresas que nunca dejaron de producir y limitaron la locomoción de agricultores con sus ventas hacia las ciudades. En cadena respondió sumándose el pueblo K’iche’ de Totonicapán y Chimaltenango, hasta que el gobierno dio marcha atrás.
En lugares de Abya Yala, los pueblos indígenas enfrentan la pandemia con el abandono del Estado de siempre en asuntos básicos y derechos elementales. Ana María Top, lideresa maya Kaqchikel lo plantea así: “yo creo que nunca hemos tenido acceso a la salud, menos para los pueblos indígenas”.
En ninguno de los tres países existen políticas, información o acciones a favor de los pueblos indígenas para enfrentar la pandemia; las respuestas y estrategias que hay han sido creadas por los mismos pueblos. En el registro de datos que se provee a través de tableros digitales no hay información específica del impacto por pueblo o etnia indígena y, en muchas comunidades, no se tiene acceso a internet o a un dispositivo móvil. No existen protocolos específicos para garantizar los derechos sexuales y reproductivos, ni para enfrentar la violencia contra las mujeres cuando, sobre ellas, recae la mayoría del trabajo de cuidados de hijos e hijas y del hogar, la gestión del agua, producción de huertas y cuidado de las semillas, además de estar involucradas en la salud comunitaria.
La defensa del agua y el territorio ha sido el común de las luchas en el continente. Se habla del lavado de manos para prevenir el contagio, pero muchos territorios ni siquiera cuentas con agua. La organización comunitaria ha sido clave para evitar el avance de la pandemia, y algunas comunidades reconocen a este virus como occidental, ajeno totalmente a sus territorios.
La lideresa indígena arhuaca, Ruth Izquierdo, afirma que en su país “la minería y los megaproyectos, es algo que va a la par de la historia”. Su territorio es conocido como el “corazón del mundo”, se trata de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia. Hace tres años, presentaron una acción legal en contra de la minería ilegal que ocurre en la Línea Negra (territorio sagrado ancestral). Asimismo, conviven con la amenaza de proyectos extractivos como una hidroeléctrica, un puerto de carbón y un hotel, ninguno de los cuales cuenta con su consentimiento.
La Organización Nacional Indígena de Colombia -ONIC- hizo un informe en 2012, donde reveló que en tierras indígenas hay al menos 8 mil títulos mineros vigentes, de los cuales 233 se sobreponen sobre 113 resguardos indígenas. En 2019 sobre la Sierra Nevada se otorgaron 132 títulos mineros y 260 solicitudes para explotar minerales y carbono.
“Siempre ha habido presión en la Sierra Nevada, pero fue con Uribe cuando el número de solicitudes y concesiones a la minería explotó”, dijo Fernando Arias, asesor principal de ONIC a France 24. “Ahora, la negligencia legislativa hace que nos encontremos con 132 títulos mineros y 260 solicitudes».
Nancy Bravo Chantre, coordinadora del ámbito territorio y de la Asociación de autoridades Indígenas del pueblo Nasa y del plan de vida Proyecto Nasa y Leonias Mosquera, frente a la amenaza de los megaproyectos plantea que “es necesario seguir luchando por la liberación de la madre tierra, aunque los riesgos que hay en hacerlo, son altos para la comunidad, porque con las multinacionales vienen grupos armados”.
Frente a la violencia histórica, el conflicto armado, el despojo de sus territorios y el incumplimiento del gobierno, en febrero de este año, en el marco de la Tercera Asamblea Nacional de la Nación Nasa, 197 autoridades se declararon en emergencia humanitaria y territorial. En su comunicado del 12 de febrero Aseguraron que la Madre Tierra ha sufrido las consecuencias de las políticas extractivistas al punto de estar enferma y en grave estado de desarmonía.
El miedo al virus es “poquita cosa frente a las consecuencias que trajo la pandemia”. Para Lorena Cabnal, desde Iximulew -Guatemala- los pueblos y el mundo se encuentran ante “una reconfiguración del sistema capitalista-neoliberal pandémico”.
La violencia contra las mujeres, un problema que no se detiene
En estos países, como en toda Abya Yala, los impactos de la cuarentena y las restricciones establecidas por los diferentes gobiernos no tardaron en hacerse sentir en los distintos territorios. Cristina Bernabé, maya q´anjob´al, integrante de la organización Mujeres A’qabal en Huehuetenango al norte de Guatemala, relata que “la pandemia está marcando la vida de las mujeres y familias. Mujeres que han trabajado para sobresalir y salir adelante. Ahora no solo no hay trabajo, sino que los días en los que hay trabajo el pago es muy bajo porque todo se paralizó”.
Esto se agrava con el deterioro de la naturaleza provocado por la voracidad humana del capital. Ana María Top, maya Kaqchikel, explica que la mayor preocupación de las mujeres es conseguir qué comer: “hay muchas comunidades del territorio en donde ha habido sequía y en donde no ha habido buena cosecha. No tienen guardado maíz, entonces ante esta pandemia, las compañeras dicen: ¿qué voy a hacer? Mi marido está aquí, y me exige la comida”.
La cuarentena también hizo que muchas mujeres tuvieran que regresar a sus casas, donde en ciertos casos se encuentran encerradas con sus agresores: “estamos preocupadas porque hay más violencia psicológica, hay más violencia física. A nosotras se nos dijo que nos encerráramos, pero no al capitalismo. Las licorerías, la cervecería, todo está llegando a las tiendas, y los hombres en vez de buscar alternativas, lo que hacen es hundirse en el alcohol y eso lleva otro tipo de violencia”, cuenta Ana María.
En el programa radial de Mujeres A’qabal que conduce Cristina Bernabé, el Fiscal del Ministerio Público de su localidad confirmó que la violencia contra las mujeres ha aumentado al menos en un 60% durante el confinamiento. En Chile, durante la cuarentena, en comparación con el mismo período del 2019, las llamadas al teléfono de ayuda para estos casos aumentaron en más de un 70%. En Colombia, desde el 25 de marzo hasta el 9 de junio, 9.378 mujeres han sido víctimas de diversas formas de violencia.
El caso de las niñas y adolescentes también es preocupante. “El aumento de embarazos en ellas, es algo a lo que hay que ponerle una mirada porque es una situación de crisis”, afirma sin titubear Lorena Cabnal. El Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva en Guatemala registró que durante los primeros cinco meses de 2020, ubicado dentro del periodo de confinamiento, se han contabilizado 1,962 embarazos en niñas entre 10-14 años. Ellos se enmarcan en embarazos producto de violación. En Colombia, Nancy Bravo explica que su organización tuvo que incrementar las visitas familiares, para prevenir y enfrentar los casos de violencia en particular hacia los niños y las niñas.
Silvia Menchú, maya K’iche’ activista y feminista, afirma que “el Estado guatemalteco no está respondiendo a través del Ministerio de Salud y sus distintos niveles de servicios ya que, en cuanto a la salud sexual como reproductiva, no existe ningún programa actual del gobierno. No se habla sobre la prevención de embarazos ni de planificación familiar y, al no ser prioritario, hay aumentos de embarazos, hay demasiada violencia sexual que existe también dentro de la violencia en el hogar”, mientras el gobierno y Congreso insisten en discursos religiosos de protección a la familia.
Las restricciones a la movilidad impuestas por los tres países dificultan fuertemente el acceso a la justicia de estas mujeres, adolescentes y niñas víctimas de violencia sexual, lo cual tendrá consecuencias no solamente durante la pandemia, sino a largo plazo. Dorotea Gómez Grijalva, maya K’iche’, antropóloga social y Defensora de la Mujer de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH) en Guatemala, explica que “muchas audiencias de casos de violencia contra la mujer o feminicidios que estaban previstas hasta finales de este año, probablemente se van a programar hasta el 2024”.
Siempre ha sido un problema que las mujeres se atrevan a denunciar. Ahora, a consecuencia del confinamiento, es mucho más difícil. Desde el trabajo que realiza, Silvia Menchú asegura que las mujeres “lo piensan y lo recontra piensan porque se preguntan, de dónde va a salir el sustento si llegaran a apresar a quien las violenta”.
En plena crisis de la pandemia Colombia conmocionó al mundo por la agresión contra una niña indígena Embera-Chamí de 13 años, que denunció haber sido violada por siete militares después de haber sido secuestrada el 22 de junio del presente año. Luego de este hecho, una periodista publicó el caso de una niña indígena Nukak Makú de 15 años, secuestrada y violada en septiembre de 2019, por al menos dos militares del Batallón de Infantería No. 19, de San José del Guaviare. Este hecho movilizó a nivel nacional a las mujeres y feministas, pese a las restricciones por la pandemia.
Los problemas históricos se traslapan con el presente
La violencia hacia personas defensoras del territorio, en particular hacia las mujeres, continúa. Si la protesta está en cuarentena, el extractivismo sigue afuera. En este contexto, algunas consideran que el COVID-19 importa poco. Onesima relata “las mapuches vivimos en una burbuja donde el coronavirus no existe, lo que menos importa es el contagio. Lo que defiendes es tu vida casi de la bala, del disparo, más que del virus”. El relato es similar en Colombia, donde Ruth Izquierdo del pueblo Arhuaco dice que más que al COVID- 19, temen al Estado: “estamos frente a la posibilidad de que el gobierno quiera tumbar el decreto sobre la Línea Negra y tener acceso a los territorios por parte de megaproyectos. Están aprovechando la pandemia”.
En lo que va del año, el INDEPAZ en Colombia ha registrado 196 asesinatos a personas líderes sociales que defienden su territorio y defensoras de derechos humanos. El país suramericano ocupó el primer lugar 2019 del mundo con 106 muertes, muchas en territorio Nasa, muy por delante de Guatemala con 15 asesinatos registrados por UDEFEGUA.
Francisca Fernández es una mujer mestiza de 43 años originaria de Santiago de Chile. Es parte del Movimiento por el Agua y los Territorios y de la Coordinadora feminista 8 de marzo, desde el comité socio-ambiental. Francisca está vinculada a Cerro Blanco en la Ciudad de Santiago en Chile y explica que incluso cuando las mujeres tratan de autoorganizarse para responder a las consecuencias del despojo histórico y de la crisis, se enfrentan a “la violencia patriarcal que precariza el Estado chileno, porque el confinamiento más bien parece una supresión de los derechos humanos que cuarentena, acá tenemos también a los militares en la calle, toque de queda, se han criminalizado experiencias de comedores populares como las ollas comunes, pero sobre todo la violencia cotidiana contra la mujer”.
Las cosmovisiones indígenas: resistencia y sanación
Las mujeres indígenas han estado recuperando el conocimiento ancestral para prevenir y tratar el virus, y lo han puesto al servicio de sus comunidades y de la humanidad. Estos saberes han sido difundidos mediante tradición oral e incluso a través de medios de comunicación digitales. Las terapeutas tradicionales están trabajando arduamente “las formas de comunicación entre mujeres sanadoras, hierberas y comadronas ancestrales se están fortaleciendo, porque estamos formando reuniones de consulta entre nosotras. Cada mujer sanadora o cada abuela con su sabiduría no se las sabe todas, sino que tejemos, para darle seguimiento y para sostener los casos. Hay casos que han sido bastante graves donde se amerita recurrir a alguna práctica de medicina occidental. Yo tengo ahorita registrados 42 casos que estoy acompañando, de estos casos uno solo ha ido al hospital y celebro la vida porque esta persona ya salió del mismo hace dos días”, sostiene Lorena Cabnal desde su trabajo con el territorio-cuerpo-tierra.
Al otro lado de la Abya Yala, desde Santiago de Chile, Francisca Fernández cuenta que “en 2019 aparecieron unas plantas que se llaman quilas, son unas plantas que aparecen en tiempos de crisis, entonces la naturaleza ya se había expresado que venían tiempos complicados”. Pese a todos los desafíos, ella plantea que en este escenario hay una posibilidad de fortalecerse: “algunos hablan de que Chile estaba dormido, pero yo no lo veo tan así, muchos pueblos ya habían despertado hace tiempo, el pueblo mapuche nunca ha estado dormido, siempre ha estado despierto, en resistencia”.
Ange Valderrama de la comunidad Juan Tranaman, Cancura en Chile, parte del Colectivo Formativo Mapuche y del Rangiñtulewfü Colectivo Mapuche, describe que el año pasado, antes del estallido social, hubo un eclipse y que ese momento fue muy importante en la cosmovisión indígena: “Hay muchos relatos de grandes pandemias que han afectado el territorio mapuche, no solo son relatos en términos de virus, sino que están relacionadas con algo más occidental; pandemias del racismo y de la colonización. Nosotros como pueblo mapuche tenemos nuestra propia salud, es una salud muy rica, tenemos una relación muy importante con la naturaleza del territorio y la colectividad”.
Nancy Bravo del pueblo Nasa hace énfasis en la formación política que están realizando desde su territorio y el movimiento de mujeres: “la pandemia ha ayudado a que se entienda que es necesario tener comida para nosotros, la responsabilidad estaba desde las mujeres. Para nosotras es una gran oportunidad de volvernos a juntar y encontrarnos, poder orientar la salud y educación a los ejercicios propios como pueblos indígenas”. Afirma que este pueblo no es patriarcal sino matriarcal y que, alrededor de 2011, los mayores guías espirituales les han orientado que el pueblo Nasa está próximo a recuperar su esencia y que el ejercicio del gobierno de ese territorio será retomado por las mujeres. Esta recuperación es necesaria debido a los estragos de la colonización que persisten hoy en día. «Nosotras nos preparamos para asumir, desde el empoderamiento del territorio y reconocimiento de que las mujeres no seamos catalogadas como víctimas”.
Por lo tanto, las problemáticas y las crisis también han generado transformaciones colectivas autónomas desde los territorios indígenas, ya que en los tres países hay reorganización, trabajo de concientización sobre la pandemia, que se ha realizado en diferentes idiomas, transmisión de saberes e intercambios de productos. El enfoque se centra en el fortalecimiento de la soberanía alimentaria y el cuidado de la naturaleza. En muchos de los territorios se han tomado medidas para evitar que la pandemia llegue a sus comunidades y se han cerrado y controlado fronteras de las mismas. En algunos casos esto se ha roto con la llegada de grupos armados militares y paramilitares, así como la imposición de actividades empresariales y extractivas.
Ante esto hay desafíos importantes. Uno de ellos lo describe Claribel Musekwe, joven Nasa de la organización de Mujeres Hilando Pensamiento, en el norte del departamento del Cauca en Colombia: “Las mujeres que están trabajando, hasta el momento lo están haciendo de una forma comunitaria, mucho más que la guardia indígena. Es una cuestión de voluntad porque no hay un gran apoyo de las autoridades. Es triste que el movimiento de mujeres nació en torno a la violencia, por eso creamos el primer puesto sobre violencia sexual, pero los hombres no aceptan que estamos trabajando en ello”.
¿Qué debemos aprender de las mujeres indígenas para sostener la vida?
Francisca Fernández dice que, en Chile, a pesar de todo lo que sucede en medio de la crisis sanitaria, la ineficacia de la salud pública, la violencia contra las mujeres y el pueblo mapuche: “sí hay cosas maravillosas que vienen de memorias ancestrales de lucha, como en el marco de la revuelta. Cada vez más hay asambleas territoriales, red de abastecimiento de apoyo mutuo, ollas comunes, red de apoyo de movilización, a pesar de estar en cuarentena hacemos cacerolazos haciendo protesta (…), teníamos la sensación de que muchos pueblos estábamos silenciados, pero siento que Chile despertó, que fue una frase para muchos pueblos, pero muchos pueblos ya habían despertado hace tiempo. El pueblo mapuche nunca ha estado dormido, siempre ha estado despierto”.
Por otro lado, Ange Valderrama desde su ser mapuche comenta que, al estar en medio de la crisis, ha visto que todo tiene que ver con la defensa del territorio “todos formamos parte de la naturaleza, y estar en defensa nos permite conectarnos con ella, porque todas las luchas tienen que estar alineadas a la defensa de la vida para poder avanzar. Es sumamente necesario fortalecer la unión de los pueblos, pues los territorios siempre se comparten. La relación de los pueblos debe crecer, no desde las políticas del Estado. Es necesario luchar contra el sentido de la colonización en la que se vive aún, en favor de la libertad”.
Las mujeres indígenas en Colombia plantean y viven cosas similares. Ruth Izquierdo comenta que, para los Arahuacos en la Sierra Nevada, aunque han tenido que atravesar muchas dificultades, la pandemia ha sido una oportunidad para que la gente esté con sus hijos y en familia: “la oportunidad para encontrarte a ti mismo, la oportunidad para sembrar y cultivar en familia (…) , la mujer indígena está conectada todo el tiempo con su ser, con lo práctico, con sus vivencias, lo cotidiano, lo real, y ella puede enseñar mucho gracias a la constante conexión con lo espiritual, que influye con la armonía de toda una comunidad, porque además está a cargo del cuidado de los niños, y la pureza de ellos hace que permanezca esa armonía, es la mujer la que se encarga no solo de los deberes cotidianos si no de los espirituales, entonces ella es parte de eso que mantiene la vida y la armonía”.
Claribel Musekwe, también de Colombia, puntualiza que es necesario continuar descolonizándose, ya que considera que “vivimos en un sistema y en un mundo que nos tiene ligados al capitalismo, pero creo que ya es momento de que como pueblo nos desprendamos, porque creo que eso es lo que nos está trayendo estas consecuencias. Pienso que podemos generar empresas comunitarias, que nos hagan mover la economía dentro del territorio y encontrar autonomía, creo que eso es algo en lo que tenemos que avanzar para ya no depender más del Estado”.
En Guatemala, Cristina Bernabé de Mujeres A’qab’al, reflexiona que debemos aprender a prepararnos de todas las formas posibles para enfrentar este tipo de situaciones de emergencias. Habla de la importancia de pensar en el futuro y cultivar unidad y solidaridad en las comunidades, “creo que debemos aprender a ser más solidarios porque entre nosotros hay mucho individualismo y cada quien ve cómo sale, y yo siento que la solidaridad es la que deberíamos practicar. Económicamente, nadie se ha preparado porque no tenemos grandes ingresos, y es por eso que cuando vienen estas situaciones nos quedamos sin nada”.
Silvia Menchú, maya K’iche’, nos dice que debemos aprender que tenemos una fortaleza y riqueza ancestral que, aunque se ha dejado en abandono, está presente. “Independientemente de que alguien sea profesional, comerciante, es ideal tener siembras propias de productos básicos como chile pimiento, cebolla, cilantro, (…) porque es necesario para la autosostenibilidad, debemos recuperar esas formas de vivir y sobre todo el respeto por la naturaleza”.
Para las mujeres indígenas de los territorios de Abya Yala, la COVID-19 es una pandemia y una problemática de impacto social más, que solo podrá ser sanada física y espiritualmente si, ante todo, transformamos las formas en que vivimos. Lorena Cabnal lo plantea de este modo: “no solo se sana lo físico, no solo es salvaguardarme de la muerte por el COVID-19, sino que voy a tener otra vida en dignidad para mí y con quienes convivo, con quienes me relaciono. ¿Para qué quiero estar sana, no tener COVID-19, si voy a ocupar este cuerpo para ejercer poder y violencia?”.
Este reportaje es parte de una colaboración con el Fondo de Acción Urgente de América Latina y el Caribe -FAU-: https://fondoaccionurgente.org.co/es/noticias/especial-mujeres-indigenas-y-territorios-ante-el-desgobierno-en-tiempos-de-pandemia/