“Mi hijo me llamó papá desde el vientre”
Este mes del orgullo cuando hablemos de ponerle un alto a la transfobia, pensemos también en esos cuerpos que existen en los márgenes, que rompen las ideas fijas, que crían, que aman, que gestan, que luchan.
Por Aiden
A veces me pregunto qué pensará mi hijo cuando crezca y le cuente que lo llevé en el vientre. Que su papá lo gestó. Que lo sentí crecer dentro de mí mientras el mundo intentaba decirme que eso no era posible, que eso no debía suceder.
La primera vez que supe que era un cuerpo gestante sentí miedo. No miedo del “embarazo” en sí, sino del juicio, de las preguntas, de los ojos ajenos que no entenderían cómo un hombre puede llevar vida dentro. Me miraba al espejo y veía dos realidades en el mismo cuerpo: la firmeza de mi identidad como hombre y la ternura innegable de mi vientre.
Durante mucho tiempo, ser un hombre trans significó para mí tener que reafirmarme constantemente. Mostrarme fuerte, seguro, con la voz firme y los gestos “correctos”. Pero ese embarazo rompió todas mis defensas. Me enfrentó con una verdad más profunda: que ser padre no tiene una sola forma. Que mi masculinidad puede ser suave, vulnerable, abierta. Que puedo llorar mientras siento la primera patada y seguir siendo un hombre. Que no hay contradicción en ello.
Mi hijo me enseñó eso antes de nacer. Lo hizo con cada latido, con cada movimiento, con cada noche en la que me despertaba solo para ponerme la mano en la panza y susurrarle que aquí estaba su papá, que lo estaba esperando.
Ser un cuerpo gestante trans es vivir en una cuerda floja: entre la invisibilización y la hipervigilancia. Nadie te imagina, nadie sabe cómo atenderte, nadie quiere nombrarte. Pero existimos. Y creamos vida. Y somos familia.
Hoy mi hijo tiene cuatro años. Cuando corre a abrazarme y me llama “papá”, siento que no hay palabra más cierta. No hay verdad más completa. Ser su padre, haberlo gestado, es la experiencia más poderosa de mi vida. No me hizo menos hombre. Me hizo más humano.
Este mes del orgullo cuando hablemos de ponerle un alto a la transfobia, pensemos también en esos cuerpos que existen en los márgenes, que rompen las ideas fijas, que crían, que aman, que gestan, que luchan. Pensemos en la ternura radical de ser un padre trans.