Hace 8 años, un 8 de marzo, 56 niñas fueron víctimas de un incendio en manos del Estado Hoy las jacarandas florecen en duelo
Hace 8 años, un 8 de marzo, Guatemala ardió en llamas. No fue solo el fuego que consumió un aula cerrada con candado, ni solo el humo que cubrió los cuerpos de 56 niñas. Fue un incendio que inflamó la herida de un país que las ignoró antes y después de la tragedia.
Hoy, las jacarandas florecen como cada marzo, tiñendo de morado las calles, dejando caer sus pétalos como si fueran cenizas. No hay fuego en ellas, pero sí memoria. No hay gritos, pero sí ausencia. Ocho años después, siguen ahí, recordando lo que muchos intentan olvidar.
Por Nathalie Quan
El reloj marcaba las 9:00 en punto del sábado 8 de marzo de 2025. Quedaban 45 minutos de camino y 26 kilómetros por recorrer. Como era de esperar, llegar al Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción no sería fácil.
El nerviosismo me invadió desde el momento en que mis manos tomaron el volante. Coloqué el mapa, encendí el motor y respiré hondo. No sabía qué sentiría al llegar a aquel lugar, escenario de un crimen que, el 8 de marzo, 8 años después, seguía doliendo.
El camino a San José Pinula, donde se encuentra el Hogar, se extendía frente a mí. Mientras manejaba, intentaba prepararme, pensar en cómo ser fuerte ante el dolor de quienes perdieron a sus hijas. 56 niñas fueron quemadas en un hogar estatal, una herida que el tiempo no ha cerrado.
El tráfico de zona 15 hizo detenerme un momento y árboles de jacarandas surgieron a mi vista. En medio de otros árboles verdes, resaltó su color morado. No eran solo árboles en flor. Eran brasas vivas, encendidas en otro color.
Me detuve nuevamente, encontré otro árbol de jacaranda y vi cómo sus pétalos caían al suelo con lentitud, como cenizas suspendidas en el aire. Pense en el fuego, pensé en ellas. .
Hace 8 años, en un 8 marzo como este, 56 niñas fueron víctimas de un incendio, debian estar bajo el cuidado del Estado, dentro del Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción. Ese 8M del 2017 ya no fue un grito de lucha como antes, fue un incendio, un crimen. Un fuego que no solo terminó con 41 vidas y dejó otras 15 con heridas graves, ademas dejó marcas en un país que sigue sin responder.
Hace 8 años, un 8 de marzo y las jacarandas, siempre mirando en este mes, como si la memoria estuviera escrita en su corteza, como si cada flor que cae fuera un nombre que no debe olvidarse.
Seguí conduciendo, pero ya no veía solo árboles morados. Veía las sombras de las 56 niñas en cada rama, en cada flor que caía, en cada hoja que temblaba con el viento. El morado sigue aquí siendo testigo, no solamente de estas heridas sino de la impunidad.
9:45 am
Llegué a tiempo
Bajé de mi vehículo con precisión para estar a tiempo del inicio de la conmemoración. Ante mí, el altar que mamás y familiares habían organizado: el rostro de las niñas impresos en bellos girasoles hechos a mano y un girasol real a la par de cada fotografía, ramos de flores al centro y pétalos de rosas creando un camino hacia la calle principal, como aludiendo a la libertad que tanto deseaban y les fue arrebatada.
En el portón principal que es la salida y entrada de vehículos, una manta vinílica con el rostro de las 41 niñas fallecidas que decía: “En memoria de las 41 fallecidas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, Guatemala 08 de marzo 2025, año de la sentencia”.
A un lado de la entrada, sobre una baranda, otra manta exhibía los rostros de las y los responsables y acusados de este crimen. En grandes letras rojas, una sola palabra los señalaba: "CULPABLES", enumerando 12 personajes que hoy en día están bajo libertad condicional.


Fotos por: Nathalie Quan
10:00 am
El inicio de revivir el dolor
Tomó el micrófono Ada Valenzuela, del colectivo “Las Libélulas” y su voz rompió el silencio con un mensaje claro y contundente: "No fue el fuego".
Las madres, los padres y los familiares presentes respondieron al unísono:
"¡Fue el Estado!"
Lo repitieron dos veces más. Luego, una nueva consigna se alzó:
"¿Qué exigimos?"
"¡Justicia!"
Ada continuó: “Gracias por acompañarnos, por recordarlas para no olvidarlas, pero también para exigir justicia. Hace ocho años las 56 niñas clamaban por sus vidas, mientras ustedes, sus familias, pedían respuestas y justicia. Hoy nos reunimos una vez más, lamentando que no haya ninguna sentencia y que ninguno de los acusados esté detenido, como debería estar. Sé que a muchos les ha tocado enfrentar audiencias interminables, juicios prolongados que parecen más una burla que un acto de justicia. Han criminalizado a los familiares, pero no olvidemos quién es el único responsable: el Estado. Porque estas niñas estaban aquí, bajo su protección, y fue ese mismo Estado el que falló en su deber de resguardarlas. Abro el micrófono para que los familiares que quieran hablar puedan hacerlo”. (Se empezaron a escuchar algunos llantos).
Al micrófono se acercó Emilio Marroquin, tío político de Yoselin Yamileth Barahona Beltrán. “Estamos dolidos por la forma en que se están dirigiendo las audiencias y las suspensiones de las mismas. No hay un juez, ni una sala adecuada para realizarlas. Esto duele, y duele porque nos están criminalizando a nosotros como familia. Las niñas estaban bajo el resguardo del Estado; ellas no eran delincuentes, no eran criminales, pero dan a entender lo contrario. Duele que los culpables estén cómodamente en sus casas, porque no quieren aceptar su implicación, el sistema de justicia en Guatemala no existe”.
Ada volvió a tomar el micrófono y bajo otra consigna más estruendosa:
“Hogar Inseguro Virgen de la Asunción fue para las niñas campo de concentración. Hogar Inseguro Virgen de la Asunción fue para las niñas campo de concentración” repitieron las y los presentes.
Ada, en su segunda intervención, (que puedo decir la más dolorosa) empezó a nombrar a las 41 niñas fallecidas y pidió a los familiares que dijeran la frase: “Presente entre nosotras”, después de escuchar los nombres de cada una.
Rosa Julia Espina Tobar, “Presente entre nosotros”.
Indira Yarisa Pelicó, “Presente entre nosotros”.
Daria Lopez Meda, “Presente entre nosotros”... y sucesivamente. 3 minutos y 55 segundos dolorosos, acompañados de llantos, recuerdos, injusticia.
10:15 am.
Existe vida después de la muerte, pero nada es igual
La voz de Kelly Alfaro, mamá de una de las niñas sobrevivientes se apoderó con voz quebrada en el micrófono.
“Soy madre de una sobreviviente... pero mi hija ya no es la misma. Ellos me la arrebataron. Hace ocho años, aquí mismo, frente a estas puertas, mi vida se desgarraba mientras exigía información sobre ella. Nadie me respondía. Llegó un punto en que me dijeron que yo misma tenía que buscarla, porque ellos no podían hacer nada.
Hace ocho años tenía una hija sana, de cuerpo y alma. Me la devolvieron quemada.
El Estado, bajo una falsa acusación, decidió que yo no podía cuidarla. Me la quitaron por ser una madre viuda, por luchar sola como muchas de las mujeres que hoy están aquí. Ese fue mi único delito.
Cuando me quitaron a mi hija, nos dijeron que estaría segura. Que tendría ayuda psicológica, talleres, médicos, buena comida… ¡Mentiras! Hicieron promesas que nunca cumplieron. A mi hija la trajeron aquí sin que siquiera supiera dónde estaría. 56 niñas murieron aquel día. Pero, ¿cuántas más pasaron por este lugar antes que ellas? ¿Cuántas más sufrieron en silencio? El Estado las quiso muertas. Porque ellas sabían demasiado. Porque eran testigos de los abusos, de las violaciones, de la corrupción.
Nos quitaron a nuestras hijas y aquí, aquí abusaron de su inocencia, aquí las golpearon, las vendieron, las mataron”.
El silencio pesaba en el aire. Algunas madres lloraron en voz baja, otras bajaron la cabeza, recordando su propia historia.
Kelly respira hondo, se limpia las lágrimas y vuelve a alzar la voz:
Soy una mujer que lucha. Solo Dios y quienes me conocen saben la batalla que he dado. No me siento culpable. No tengo miedo de los Tribunales. Seguiré luchando por mi hija, por su cuerpo marcado por el fuego. Por las 41 niñas que no volvieron a casa”.
Silencio
Una voz mayor se hizo presente. Dolores Hernández, conocida entre las madres como "Lila", tomó el micrófono. Es la abuela de Wendy Anahí Vividor Ramírez.
“A mi hija, Mari Elizabeth Ramírez, que en paz descanse, le arrebataron a mi nieta Wendy. Mi hija era madre soltera, criaba sola a sus hijas. Pero por una negligencia, por un malentendido, se la quitaron. Una vecina grabó a mi hija mientras corregía a Wendy y llevó el video ante un juez. No escucharon su versión. No le dieron oportunidad de explicarse. Le quitaron a su hija. Dijeron que la trasladarían a un hogar seguro, que allí aprendería a bordar, que continuaría sus estudios, que recibiría buena comida… ¡Mentiras!
-El rostro de Lila se contrajo tras los recuerdos-.
Mi nieta llamó a mi hija. Le dijo que no les daban toallas sanitarias, que no tenían papel, que dormían sin colchones. Que la comida estaba podrida. Las castigaban a las cinco de la mañana, les tiraban baldes de agua helada. Las tocaban. Les hacían barbaridades. Exigimos justicia. Pedimos a las autoridades del Gobierno de turno que intervengan, que no permitan que esto quede impune”.
10:40 am
El sol abrasa
Mariana Palencia, hermana de Kimberly Palencia, portó la voz pero se desgarró: “Agradezco a los familiares que se tomaron el tiempo en venir, a los presentes que nos están apoyando, Las Libélulas, al Colectivo 8 Tijax, CONACMI (Asociación Nacional Contra el Maltrato Infantil). Me cuesta hablar porque no es fácil ver cómo han pasado 8 años en los que el Estado se está haciendo el loco, donde hacen lo que se les da la gana (se limpia las lágrimas). Mi hermana no está pero voy a seguir aquí pidiendo justicia”.
Ante el micrófono también se hacen partícipes dos miembros de CONACMI: Miguel Angel López, director ejecutivo y Mayra Valdez, psicóloga clínica. Mostrando su apoyo ante el dolor e indignación ante el sistema de protección, aseguran que el Estado debe ser el garante de proteger la niñez y la familia. Pero lo que pasó hace 8 años, revela lo que no se cumple. “Estamos exigiendo justicia, que se restituya el derecho de las familias y las sobrevivientes, que se termine la criminalización de los familiares. Después de 8 años seguimos viendo como un juez sin tener criterios sólidos separan a las familias, desarraiga a los niños y niñas de sus hogares y comunidades indicando que van a estar mejor en una casa hogar”, afirmó López.
11:00 am
El ingreso a este lugar que ahora es de memoria
Una pequeña ventana se abrió. Detrás, solo se veía la mirada de una oficial. Su voz era seca, mecánica: “Pueden entrar. Solo tres personas”.
Desde el 2024, las autoridades han permitido que, por primera vez, las y los familiares ingresen al aula donde ocurrió la tragedia. Este año no fue la excepción. Sin necesidad de discusión, sin palabras, como si el destino ya lo hubiera decidido, una abuela, una madre y una hermana entraron.
Ingresaron con el dolor en las manos, con el llanto contenido en los ojos, con el temor de enfrentarse a ese espacio donde la agonía, la desesperación y la muerte lo impregnaron todo. Tomaron los ramos de flores e ingresaron.
No les permitieron entrar con llaves. Ni celulares. Solo llevaban su duelo.



Fotos por: Nathalie Quan
Afuera, los familiares y amigos buscaron refugio en la sombra. Era un momento de descanso antes del final.
Veinticinco minutos y diecisiete segundos
La puerta se abrió de nuevo. Una abuela, una madre y una hermana salieron. Pero ya no son ellas mismas, su mirada es más triste. En sus rostros se percibe algo más profundo que el dolor: el peso de la injusticia.
11:26
Un grito que retumba
Ada tomó la batuta y organizó al grupo. Pidió a los familiares que sostengan una foto de sus hijas y un girasol. Pero también hizo un llamado:
“Algunos padres ya no pueden venir… algunos ya no quieren venir. Por favor, a quienes estén aquí, aunque no sean familiares, tomen una foto y un girasol. Todas merecen aparecer en la foto grupal. Nadie puede ser olvidada”. (Sentí cómo esas palabras me rasgaban el corazón).
Entre la multitud, mis ojos se detienen en un hombre de mirada triste. Lo veo recoger un girasol.
—¿Es su hija? —le pregunté en voz baja. Él asiente con la cabeza. “Ana Noemy Morales Galindo. 16 años”.
No encontré palabras suficientes. Solo pude decirle: “Lamento su pérdida”.
Silencio. Un silencio pesado, un silencio que dijo más que cualquier palabra.
Foto por: Nathalie Quan
Todos los presentes se formaron frente al portón principal, ya no había ninguna flor en el piso, todas en alto y volvieron en coro, todos firmes a repetir:
"¡No fue el fuego, fue el Estado!"
"¿Qué exigimos? ¡Justicia!"
“Hogar Inseguro Virgen de la Asunción fue para las niñas campo de concentración. Hogar Inseguro Virgen de la Asunción fue para las niñas campo de concentración”
Foto por: Nathalie Quan
Por última vez, Ada tomó el micrófono: “A quienes quieran ir a La Plaza de las Niñas 8 de marzo, el bus saldrá en unos minutos. Ahí terminaremos la actividad”.
1 hora y 15 minutos de trayecto hacia zona 1, hacia la Plaza. Las encontré de nuevo. Pero ahora eran menos. El grupo es más reducido, más cansado. Se abrazaron. Se consolaron. Se dieron las gracias.
Antes de que se dispersaran, logré hablar con dos personas más.
¿Por qué no debe ser olvidado un hecho como este?
Iraida Pocón, del colectivo Las Libélulas: “Es la muestra de todo el sistema de protección fallido de Guatemala, tenemos 8 años exigiendo justicia, 8 años de impunidad. Además, recordemos que el autor intelectual de esto es Jimmy Morales quien sigue en libertad y no está ligado al proceso”.
Por su lado, María Magdalena Pérez Ramírez, mamá de una sobreviviente indicó: “Hoy se ajustaron 8 años, cuando estuvo Jimmy Morales nos dijo que nos iba apoyar. La mía vive, pero la de las otras madres no tienen apoyo. No debemos olvidar este día, porque los culpables siguen libres, se están riendo de nosotras, mientras las madres lloran sus pérdidas.
13:30 horas
Jacarandas en la plaza
Todo ha terminado.
Las y los familiares se van a descansar. Queda el altar, construido en la vigilia de la noche anterior.
Giré a la izquierda, vi el Parque Centenario, y mi vista encontró los árboles de jacarandas moradas.
Hace 8 años, un 8 de marzo, las niñas ardieron en llamas.
Hoy, las jacarandas florecen en duelo.
56 nombres, 41 ausencias. 56 raíces que siguen creciendo en la memoria.
El morado de sus flores es un recordatorio de que no hay olvido, solo resistencia.