A un año del Paro. Impresiones de Septiembre
Por Michele Grandi
En este artículo no quiero realizar un análisis exhaustivo del primer año de gobierno de Arévalo; sería una tarea demasiado ardua. La realidad de Guatemala es compleja y, a menudo, difícil de comprender, y cualquier intento de emitir juicios definitivos resultaría prematuro. Estas son, más bien, impresiones de septiembre, para citar el título de una conocida canción italiana de los años setenta.
Durante las elecciones de 2023 me encontraba en Guatemala, realizando mi investigación para la tesis de doctorado. De septiembre a diciembre tuve la oportunidad de estar en el plantón de Gerona, participar en marchas y manifestaciones en las plazas. Fue interesante descubrir cómo muchos analistas internacionales que habían predicho una nueva aplastante victoria del “partido de los corruptos”, habían subestimado las dinámicas a menudo invisibilizadas y subterráneas que atraviesan el país.
Por otro lado, es necesario admitir que los últimos diez años no han dejado mucho espacio para el optimismo. Desde el caso "La Línea", por mencionar un ejemplo reciente, la política guatemalteca ha estado marcada por numerosos escándalos y por una restauración corrupta que ha afectado principalmente al sistema judicial. El exilio de magistrados y jueces, así como el encarcelamiento de periodistas y la persecución de quienes se oponían o criticaban el sistema vigente, han sido objeto de numerosas denuncias a nivel nacional e internacional.
Estas irregularidades contribuyeron a generar, inevitablemente, un proceso electoral opaco, suspendido entre el veredicto de las urnas y el uso instrumental de la "justicia" para subvertirlo. Pero, como dijo alguien, donde hay poder también hay resistencia, y estos intentos de invalidar los resultados electorales lograron catalizar un movimiento de protesta heterogéneo y extendido.
Aquellos 106 días de resistencia se han descrito a menudo como una "defensa de la democracia". Este eslogan, aunque efectivo, captura solo parcialmente la complejidad de un movimiento que, reducido a estos términos, corre el riesgo de ser visto simplemente como una práctica conservadora o, incluso, como un apoyo a un partido político.
Las plazas llenas, las tomas en las carreteras y los mercados cerrados no eran simplemente reacciones espontáneas a la situación política. Eran el resultado de procesos amplios, cuyos antecedentes más recientes, como las protestas de 2015, no deben ocultar la multitud de luchas quizás menos visibles que caracterizan la vida cotidiana de millones de personas.
Las manifestaciones, además de expresar una crítica explícita al sistema vigente, aludían a la posibilidad de crear una democracia que tomara en cuenta los valores y las demandas específicas de las comunidades Maya, Xinca y Garífuna no solo a nivel de "diferencia cultural", sino también en los ámbitos económico y social.
Estas posibilidades se manifestaron concretamente en las formas de organización y participación de las Autoridades Ancestrales. En los principios de servicio, en las noches de vigilia en los puestos de bloqueo, y en los viajes desde regiones remotas del país para alimentar protestas en las que nunca estallaron actos de violencia.
Frecuentemente relegadas y marginadas al ámbito de la "tradición" y "local", las Autoridades Ancestrales han demostrado una capacidad de movilización y diálogo que no es tanto inédita como ignorada, logrando actuar en diferentes niveles institucionales y articular fuerzas sociales aparentemente distantes.
Aunque el movimiento no ha alcanzado todos sus objetivos, es innegable que ha logrado un resultado histórico, demostrando que la llamada "sociedad civil" guatemalteca no es una categoría abstracta y decorativa. Se trata, más bien, de una fuerza vital y activa, capaz de expresar, con firmeza, su voluntad de cambio.
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La elección de Bernardo Arévalo generó muchas expectativas, pero también numerosas incertidumbres. Si bien representa una discontinuidad con el pasado, plantea una serie de problemas que aún permanecen sin respuesta.
Es importante distinguir entre gobierno y gobernanza. El primero se refiere al conjunto de instituciones formales del Estado, mientras que la gobernanza incluye las dinámicas, procesos y prácticas a través de los cuales se toman y ejecutan decisiones, involucrando también a actores privados y civiles. En otras palabras, el gobierno cambia, al menos formalmente, cada cuatro años, mientras que la gobernanza sigue dinámicas mucho más largas y complejas.
Desde esta perspectiva, es ingenuo esperar que un ejecutivo que lleva menos de un año en funciones pueda implementar transformaciones radicales en un país tan profundamente marcado por desigualdades e intereses arraigados. Además, desde el principio, la composición del ejecutivo ha suscitado dudas y cuestionamientos, ya que presenta figuras que no representan una verdadera ruptura con el pasado. Lo mismo puede decirse de los nombramientos de los gobernadores departamentales, que han sido lentos y marcados por evidentes dificultades en las negociaciones con las estructuras de poder locales.
Para complicar aún más la situación, la permanencia de figuras clave del antiguo régimen en el plano judicial representa otro obstáculo para las ambiciones de reforma. No es casualidad que las protestas a finales de 2023 visualizaran en Porras, Curruchiche, Monterroso y Orellana la encarnación del sistema de corrupción, como baluartes de las oligarquías económicas y políticas del país.
La renovación actual de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y las Salas de Apelaciones, obstaculizada y llena de dificultades, no es uno de los temas más "atractivos" para la mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, la reforma y la cooptación del sistema judicial son elementos clave, dado que estos órganos deberán decidir sobre cuestiones cruciales para el país.
Esto nos lleva a reflexionar sobre un tema central en estos meses de gobierno: la eclipsación de la política frente a continuos ataques que parecen absorber totalmente el debate público, arriesgando reducirlo a una serie de tecnicismos legales y prácticas burocráticas. Una política que reaparece, aunque no sin dudas, en la ampliación presupuestaria, criticada por muchos observadores como una vieja práctica legislativa. Para usar una expresión de Maquiavelo, en política hay que ser tanto león como zorro: zorro para reconocer y evitar las trampas, león para asustar a los lobos. Nos preguntamos qué será Arévalo.
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En este contexto, el actual ejecutivo se encuentra en un difícil equilibrio entre el potencial y el riesgo de estancamiento. Atrapadas entre las trampas de los oponentes y las expectativas de los que lo apoyan, muchas de las acciones del nuevo presidente parecen ser más una reacción a los ataques que un programa coherente. Parece que están más bloqueadas en la comunicación y la promesa que en las acciones concretas.
Por su parte, Arévalo ha demostrado un notable cuidado en el uso de plataformas digitales y redes sociales, creando una narrativa ciertamente moderna e inclusiva. Sin embargo, existe el riesgo de que esta atención a la comunicación se transforme en una performance política más estética que sustancial. Las palabras, como gritaba el protagonista de una famosa película italiana, son importantes; pero gobernar es muy diferente a producir videos en TikTok.
Sin embargo, no sería correcto subestimar el poder de la comunicación que, por parte de este gobierno, no ha sido unidireccional, sino que ha demostrado estar abierta al diálogo, en particular con las Autoridades Ancestrales. Esto no puede considerarse una simple concesión, sino resultado de la capacidad de estas fuerzas para colocar las reivindicaciones de las comunidades Maya, Xinca y Garífuna en la agenda política. Se espera que estas demandas no se traduzcan en una serie de nombramientos quirúrgicos, basados en el agradecimiento y útiles para la disolución de estos cuerpos, sino que puedan abrir paso a reformas estructurales. Durante el primer año, Arévalo ha firmado acuerdos formales en varias regiones, los cuales se espera que vayan seguidos de hechos concretos.
En el nuevo milenio, los proyectos de descentralización neoliberal han convertido nominalmente a las comunidades en la unidad base de la infraestructura institucional del país, según un proceso que ha intentado integrar, o "gobernamentalizar", más que fomentar las autonomías. En muchos casos, esto no ha coincidido con un aumento de los servicios, sino que se ha traducido en la creación de nuevas redes clientelares en competencia por la gestión de fondos públicos y privados.
Si bien es cierto que en los últimos años las comunidades han parecido ser el motor del cambio en Guatemala, no se puede delegar en ellas toda la carga del cambio: el Estado debe hacer su parte. La esperanza es que esta vitalidad no sea utilizada instrumentalmente solo para mantener el gobierno. El riesgo es dilapidar el entusiasmo y las expectativas, y el mayor peligro es convencer a las personas de que ningún cambio es realmente posible.
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Aunque el camino hacia el cambio está lleno de obstáculos, la apertura de Arévalo hacia el diálogo con las comunidades representa un paso adelante en comparación con las administraciones pasadas, que a menudo ignoraron a estos actores. El enfoque hacia la transparencia gubernamental y el intento de mejorar la comunicación con los ciudadanos podría marcar un nuevo paradigma que también se refleje en una nueva percepción del país a nivel internacional.
Las reformas propuestas por Arévalo, aún en fase embrionaria precisamente por su intento declarado de sacudir la corrupción profundamente arraigada en el sistema institucional, deberán someterse a la prueba de los hechos. Sin embargo, cualquier juicio debe tener en cuenta los obstáculos en este camino y evitar expectativas desproporcionadas para no ceder a una retórica destructiva puramente instrumental.
Ciertamente, las fuerzas políticas y sociales que animaron las plazas y los bloqueos deben continuar desempeñando un papel crucial, tratando de defender y ampliar los espacios de democracia, libertad y autonomía que han logrado crear con tanto esfuerzo. Al gobierno le corresponde no dispersar estos esfuerzos diarios, no relegarlos a un plano meramente simbólico o de comunicación política. Tampoco debe cometer el error de considerarlos superficialmente como simples aliados políticos. Si las manifestaciones de septiembre demostraron la capacidad de movilización y articulación de las Autoridades Ancestrales, su historia también revela una capacidad de auto-gobierno que no debe idealizarse, pero tampoco olvidarse.
La canción que mencionaba al principio habla de melancolía y cambio, del desconcierto ante el paso del tiempo, metafóricamente representado por el avance del otoño. Los años en que se oía eran tiempos de profundas transformaciones y de ilusiones politicas, a menudo contradictorias. La frase con la que concluye, "el sol ya se filtra entre la niebla / el día será como siempre", parece estar en el límite entre la esperanza de un futuro luminoso y un cierto nihilismo existencial. Una situación que, desde mi punto de vista, refleja bastante bien la situación del país, suspendido entre la esperanza del cambio y el temor de una nueva oportunidad perdida.
Michele Grandi: Doctorante en antropología cultural en la Universidad La Sapienza de Roma, Italia.