Martina y Elvira continúan buscando a Gilberto e Isabel, desaparecidos durante el conflicto armado

En el Paisaje de la Memoria, en Palabor, San Juan Comalapa, descansan los restos de 172 víctimas de la violencia estatal que tuvo sus años más cruentos en los 80. En su memoria, un grupo de familiares y sobrevivientes, la mayoría mujeres, acudió el pasado 22 de febrero a depositar frutas, flores y velas en este lugar que recuerda el horror que se vivió. Entre las visitantes estaban Martina Otzoy y Elvira Yool, esposa y hermana de dos desaparecidos quienes tras 45 años de ausencia continúan en la búsqueda de sus familiares, desaparecidos por el Ejército en 1982.

Por Joel Solano 

Clara Yool buscó la mitad de su vida, a su hijo Gilberto Reyes Yool, detenido desaparecido en San Juan Comalapa, Chimaltenango, hasta que el Alzheimer le borró la memoria cinco años antes de su muerte, en 2023. 

El sábado 22 de febrero, su hija Elvira Yool acudió junto a un grupo de mujeres al antiguo destacamento militar ubicado en Palabor, conocido como Paisaje de la Memoria, donde el 21 de junio de 2018 fueron retornados los retos de 172 víctimas de 220 que fueron exhumadas entre los años 2003 y 2005. 

De ese número, 50 pudieron ser identificados y sus familiares les dieron sepultura de acuerdo con sus creencias y costumbres. Sin embargo, el resto no pudo ser identificado. 

Otra de las asistentes a este acto donde se realizó una ceremonia maya es Martina Otzoy, quien ha pasado más de la mitad de su vida buscando a su esposo, Isabel Roquel Chuta, quien fue secuestrado en su hogar en 1982. Ella recuerda la noche en que los militares llegaron a su vivienda y se llevaron a Roquel. 

Se quedó sola, con cinco hijos que tuvo que criar sin el apoyo de su esposo, quien era albañil. Y aunque han pasado 45 años lo sigue teniendo en el corazón esperando encontrarlo.  

Clara, la madre que buscó a su hijo hasta el final 

“Mi hermano se llamaba Gilberto Reyes Yool”, dijo Elvira Yool. Él fue desaparecido por el Ejército el 5 de julio de 1982, cuando iba a una consulta médica al municipio de Zaragoza. Reyes integraba la cooperativa Tikonel Ta’q papa, y a sus 20 años era una persona que le gustaba ayudar a los demás, por ello participaba en la cooperativa.

También laboraba como albañil en una granja en la cabecera departamental de Chimaltenango. 

“Que en paz descanse mi mamá”, lamentó Elvira, quien contó que doña Clara falleció a los 93 años y durante 45 años no cesó en buscar a Gilberto. La madre fue testiga de varias exhumaciones realizadas en Chimaltenango y quedó impactada de las torturas que sufrieron las personas cuyos cuerpos fueron abandonados en el antiguo destacamento militar, según el testimonio de su hija. 

Elvira considera que eso repercutió en la salud de su madre. Cinco años antes de fallecer, en 2023, fue diagnosticada con Alzheimer, que implica la pérdida de la memoria. “El médico nos indicó que con el pasar del tiempo ella perdería el movimiento en los pies y eso la incapacitó para caminar, la teníamos que movilizar en silla de ruedas” recordó. 

Pese a estar en silla de ruedas, doña Clara acudía a las caminatas que organizaban los familiares de las víctimas para pedir justicia. 

“Ella siempre tenía esa esperanza de encontrar a mi hermano Gilberto, siempre luchó y continuó el proceso de búsqueda. Ahora no está, pero nos dejó esa tarea para que nosotras continuemos esta lucha”, señaló Elvira, quien es acompañada por su hermana Estela Reyes Yool. 

La esperanza de encontrar sus huesos

Isabel Roquel Chuta también fue desaparecido en 1982. Su esposa, Martina Otzoy, lo ha buscado por 45 años. “Teníamos 11 años que nos habíamos juntado con mi esposo”, relató Otzoy. Juntos procrearon a cinco hijos y él se dedicaba al trabajo del campo. Luego del terremoto comenzó a trabajar con una organización de Italia que envió a personal para enseñarles albañilería. 

Chuta, quien no sabía leer y escribir, aprendió a realizar trabajos de albañil. Pero la guerra se agudizó. Junto a su esposo fueron testigos de cómo la situación empeoraba y hasta veían que se llevaban a sus vecinos. “Él decía, ‘primero Dios no nos va pasar nada ya que no asistimos a ningún grupo’”, recordó Martina.

Al ir a trabajar a una de las comunidades del municipio, a escarbar un pozo, Isabel pudo observar cómo los miembros del Ejército entraban a las casas a robar ganado o gallinas. 

Una noche escucharon el ladrar de los perros y su esposo le comentó a Martina que parecía que el Ejército estaba llegando a la casa. Él pensó que se llevarían un toro que él tenía. “Que se lo lleven, pero no salgas”, le pidió Martina. Él le entregó un radio pequeño y le pidió que lo guardara. Ella lo puso debajo de la cama. 

Escucharon voces afuera de su vivienda. “Pensamos que eran ladrones, pero luego dijimos, seguro es el Ejército”, indicó. Tocaron la puerta e Isabel cruzó sus manos y oró. Le preguntó a su esposa si abría la puerta o no. “Si no abro, ellos van a abrirlo a la fuerza”, le dijo. Entonces abrió y los militares entraron. 

Uno de ellos tenía la cara tapada y empujó a Isabel. Otro tenía un arma y la colocó en el pecho de Martina, quien tenía a su lado a su hija, Elida Otzoy. Entraron otros hombres que preguntaban dónde tenían el dinero. 

“Y yo les decía que no teníamos dinero, entonces empezaron a revisar en el ropero, en la cama encontraron el radio y se lo llevan, me dicen que me acueste y yo movía a mi bebé, con tal que se despertara y que llorara, pero así me tenían con el arma”, rememoró la sobreviviente en su idioma Kaqchikel.

Su esposo le pidió que le pasara su cédula (documento de identificación) pero una de las personas que ella identificó como soldado no se lo permitió. También le pidió que le pasara una camisa y buscó la cédula en un morral, pero no encontraron nada. A Isabel se lo llevaron sin camisa. 

Ella solo logró escuchar los ladridos de los perros mientras se alejaban y aseguró que les robaron artículos de la casa y que, incluso, rompieron las cabeceras de sus camas, pensando que ahí tenían escondido el dinero que buscaban. 

Por muchos años ella esperó a su conviviente, con la esperanza de que estuviera vivo. Luego, pensó que lo mataron en el destacamento militar y cuando iniciaron las exhumaciones acudió a buscarlo. 

Doña Martina cuenta que se involucró en este proceso desde que se fundó la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA), en 1988, cuando mujeres viudas comenzaron a buscar a sus familiares. Cuando comenzaron las exhumaciones ella se sintió animada de encontrar a su esposo, pero hasta la fecha eso no ha sucedido. 

Por 45 años lo ha tenido en el corazón, refirió. Desde entonces, nunca volvió a casarse y deposita su confianza en Dios para encontrar “por los menos sus huesos”. Doña Martina relató que ha sufrido y sigue sufriendo. 

Como viuda tuvo que criar a sus cinco hijos, el mayor tenía 10 años y el menor era un bebé de 7 meses cuando ocurrió el secuestro de su esposo. Con esfuerzo logró que estudiaran y lograran culminar el sexto grado de primaria, explicó. 

El acto realizado en el Paisaje de la Memoria forma parte de la conmemoración del Día de la Dignificación de las Víctimas del Conflicto Armado, una fecha que se creó por recomendación de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), la comisión de la verdad que el 25 de febrero de 1999 entregó al Estado su informe Memoria del Silencio que señala la participación del Estado en la comisión de las violaciones a los derechos humanos durante la guerra interna en Guatemala. 

El informe concluyó que el 93% de las violaciones a los derechos humanos fueron cometidas por el Estado, incluyendo al Ejército y grupos paramilitares.

Prensa Comunitaria

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