180 días en cuenta regresiva
Foto: Amnistía Internacional
Por Emma López
Fátima tenía 12 años, era originaria de Huehuetenango, cursaba primero básico y era la quinta de seis hermanos y hermanas. Una familia numerosa a cargo de una madre soltera, en uno de los departamentos con mayores índices de pobreza del país. Todos estos factores fueron detectados y aprovechados por Eduardo Roberto Santiago López (51 años), quien se acercó a la familia, y particularmente a Fátima, haciéndose pasar por una figura protectora y hasta paternal para ganarse su confianza y posteriormente violarla.
Esto no se supo hasta que unos meses después Fátima presentó síntomas de malestar y en la consulta médica le informaron que estaba embarazada.
No sabía ni cómo ni de dónde venían los bebés y estaba esperando uno.
De ahí en adelante en las clínicas, en la escuela, en la comunidad la llamaron “señora”, pero Fátima no era una señora, era una NIÑA a quien el Estado de Guatemala le arrebató esa condición y la obligó a ser madre sin desearlo.
No lo digo yo, eso fue lo que determinó el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, quienes en una sentencia histórica que vio la luz el 05 de junio, concluyó que el Estado violó los derechos de Fátima a una vida digna, a la autonomía reproductiva, no discriminación y su derecho a recibir información y servicios de salud reproductiva obligándola a continuar con un embarazo forzado y sin un proceso penal para su victimario, quien de hecho continúa prófugo de la justicia.
Estar transicionando de la niñez a la pubertad, haber sido víctima de violencia sexual e interrumpir su proyecto de vida por un embarazo y maternidad forzadas, fueron caldo de cultivo para la afectación de la salud integral de Fátima, especialmente su salud mental y psicosocial, pues declaró la presencia de ideación suicida al verse inmersa en esa situación, y por tanto, también se determinó el sufrimiento extremo al cual se le expuso al no brindarle opciones frente a este embarazo.
La sentencia representa un motivo de celebración para Fátima, a quien según se indica, el Estado debe tomar medidas de reparación integral para ella y su hijo, incluida la atención psicosocial y la educación en todos los niveles.
Pero el documento también incluye medidas que deben de tomarse para garantizar la no repetición, y este es quizá uno de los hitos más relevantes para las niñas de Guatemala, y para cualquier persona que pueda sentirse alarmada, consternada y comprometida con la transformación de la realidad actual, pues el caso de Fátima, desgraciadamente, no es un caso aislado. Según los datos presentados por el Observatorio de Salud Reproductiva -OSAR-, de enero a mayo de 2025 se han registrado 884 nacimientos provenientes de NIÑAS entre 10 y 14 años de edad. Una cifra alarmante pero que suele repetirse año con año sin variaciones significativas, y eso sin contar con el porcentaje de subregistro que se estima podría ser del 15%.
Dentro de estas medidas se incluye la relevancia de generar datos de calidad para conocer la situación actual de embarazos, violencia sexual y maternidades forzadas en niñas para dar sustento a la creación de política pública para la reparación integral, así como la capacitación obligatoria a personal clave (salud, justicia, educación) en materia de derechos para evitar la revictimización de las niñas. Pero también se han considerado medidas preventivas a las cuales es necesario colocarles mayor atención justamente para dejar de contabilizar y relatar estos casos, pues se contemplan el acceso a salud reproductiva y protocolos clínicos, así como la tan estigmatizada, y al mismo tiempo tan urgente, Educación Integral en Sexualidad.
Esta sentencia llegó después de 16 años, pero llegó y reafirma lo que históricamente el movimiento feminista ha declarado: La maternidad será deseada o no será.
El Comité de Derechos Humanos ha establecido un plazo de 180 días para que el Estado de Guatemala pueda atender estas medidas de reparación e informar sus avances; estos días se cumplirán en diciembre y por las niñas que fuimos, las que están y las que vienen, aquí estaremos.
Porque la vida de las niñas importa, y no solamente la vida como un indicador de signos vitales, sino el ejercicio de sus derechos, sus condiciones de vida, sus sueños, sus proyectos y elecciones.
Son niñas, no madres.