RUDA

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Tlatelolco en la memoria presente

Por Alejandra Anderson

El lunes recién pasado se recordó nuevamente la masacre de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968, durante un mítin realizado por estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México.

Una vez más, los que estuvimos presentes en ese acontecimiento fatídico, sentimos que el corazón se paraliza. Los pensamientos se convierten en una sensación de impotencia.

Los acontecimientos están narrados, fotografiados; se han producido documentales y películas… Por lo que hay poco que agregar.

Sin embargo aún hay historias, miles seguramente, que no han sido contadas.

Con mi hijo Mauricio vivíamos en el Edificio Tamaulipas y mi mamá, en el Edificio Chihuahua.

Se había convocado al mítin en la Plaza de las Tres Culturas. Me preparé para ir a apoyar una vez más las movilizaciones que se habían hecho en distintos lugares del DF. Dejé a Mauri bajo el cuidado de Aurora, la señora que me apoyaba en la casa y en la crianza. Les pedí a los dos que no salieran hasta que yo regresara.

Mauricio tenía inquietud en ver qué estaba pasando y con el pretexto de ir a comprar pan, convenció a Aurora de salir. La panadería estaba situada precisamente en el Edificio Chihuahua, en donde en el mismo momento que compraban el pan, empezaron los primeros tiros, en todos los alrededores.

Mauricio y Aurora salieron en estampida para llegar hasta el edificio de nuestra vivienda. Al llegar se encontraron con que no había luz, por lo que tampoco funcionaba el elevador, y el departamento estaba en el 7º piso. Tampoco se podía acceder a las escaleras ya que habían puesto personal de la policía y ejército para bloquear las entradas.

Un descontrol total

En los bajos del edificio había una lechería, de esas antiguas en las que se vendía la leche líquida y la almacenaban en pomos de cristal, los que se guardaban en un gigantesco refrigerador.

El dependiente, al ver a tanta gente correr sin saber qué hacer, especialmente a niñxs, empezó a llamarla y la metió por varias horas allí, en el frío que puede ser un congelador de ese tamaño, y sin luz.

No sé qué pensó y sintió cada niñx de lxs que allí estuvieron. Sé que Mauricio nunca más bajó con nadie a comprar la leche.

Seguimos sin saber los nombres de los responsables que ordenaron semejante masacre, ni de los que dispararon desde pistolas, armas largas y manejaron un tanque que lanzó un bazucazo.

Tampoco supimos el nombre del dependiente de la lechería, como nunca se han sabido todos los nombres de los que cayeron ese día, su historia familiar, laboral, escolar; sus pensares y sentires.   

A nuestra forma les seguiremos enviando un mensaje de agradecimiento por ser parte de una historia llena de recuerdos que sigue aún inconclusa.