RUDA

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Organizar la rabia, transformarla en florecimiento

Por: Yolanda Aguilar Urízar

Vivimos tiempos de movilizaciones planetarias como nunca antes en la historia de la humanidad y seguramente sin las redes sociales no hubiera sido posible tomar conciencia de la dimensión global que han adquirido tales manifestaciones. Cientos de miles de mujeres saliendo a las calles, multitudinariamente en los cuatro puntos cardinales de este territorio que habitamos. Es una conexión energética que emerge explosiva y decididamente, para quedarse en la conciencia de la gente.

Ahora, quienes tenemos más años podemos asumir que es tiempo de que la vida fluya, aprendiendo a soltar y a escuchar más, reconociendo que la experiencia es nuestro tesoro, pero no es la única experiencia; y quienes ahora emergen con toda la vitalidad, puedan aprender que transgredir, es mucho más que estar en contra.

Este recambio generacional representa un acto político de gran envergadura, porque evidencia un cambio de época y al mismo tiempo una época de cambios. La etapa histórica que nos está tocando vivir, expresa la eclosión inevitable de un movimiento harto de normalización autoritaria, rabioso ante la impotencia que genera un sistema que institucionaliza la frustración y la incompetencia, como deriva histórica de lo que ha demostrado ser el Estado patriarcal y colonial-cristiano caduco -que sobrevive-, a pesar de su galopante incapacidad para gestionar las necesidades humanas vitales de quienes habitamos en estas sociedades.

“El Estado no nos cuida, nos cuidamos nosotras” y “Mis amigas me cuidan, no el Estado”, son expresiones que representan exactamente la certeza de las mujeres organizadas acerca de que ese Estado no ha sido capaz de detener los feminicidios, la quema de niñas, la violencia sexual o la cultura normalizada del maltrato, desprecio y humillación a las mujeres y a los cuerpos feminizados. Lo mismo ha pasado con la reproducción del racismo estructural y cotidiano o con el despojo ocasionado en los territorios de los pueblos. Eso es así, porque el sistema simplemente  se reproduce a sí mismo en base a la repetición de patrones culturales que aún llevamos dentro, hombres y mujeres.

Por ello si en realidad creemos que es posible cuidarnos a nosotras mismas, es importante reflexionar:

La rabia colectiva del presente momento histórico para las mujeres jóvenes organizadas es comprensible, probablemente no podría ser de otra manera. Ocurre en Chile, en México, Argentina, Bolivia, Ecuador, ocurre con defensoras de los territorios, en Brasil, Ecuador y Perú, con las mujeres del Amazonas y  en Centroamérica. Ocurre en tantas partes del mundo que no puede ser un hecho fortuito. No es casual. ¿Por qué acumular rabias si “tan pacíficas que son las mujeres”?

Pues, porque el silencio se atasca en el cuerpo  y  cuando finalmente sale…, erupciona. Es la historia de la tierra, cuando tiembla; de las especies cuando se extinguen, de las fuentes de agua cuando se secan, de la humanidad cuando se intoxica. El planeta cambia. Lo mismo pasa cuando los cuerpos ya no aguantan con las heridas: las propias, las familiares y las de la historia. Antes de poder desprenderse de lo que ha causado dolor histórico, las jóvenes han tenido que expresar que aún existe profunda laceración.

Esto también se expresa como desgarramiento social. La diferencia con otros momentos de la historia, es que ahora la conciencia del cambio se expresa a través de la perspicaz intuición acerca de que somos legítimas tan solo porque existimos. No hay pierde. Los paradigmas vienen cambiando desde que construimos discursos, pero cuando se convierten en piel, corazón y huesos, otro mundo es posible.

Es indispensable estar completamente seguras que somos capaces de tomar decisiones con libertad y legitimidad sobre nuestros cuerpos y sexualidades, pero aún más, sobre la integralidad de nuestras existencias. Esto no se hace de la noche a la mañana, requiere un camino lento desde la experiencia introspectiva de cada mujer y de cada colectividad de mujeres. Cada quien a su ritmo, recorriendo  su propio ciclo, pero tomando conciencia colectiva de lo que implica aprender a discernir y decidir sobre nuestras propias vidas. Este constituye un  paso previo para que sea posible la empatía con nosotras y entre nosotras; un recorrido que implica tomar conciencia emocional acerca de quienes somos, qué queremos y hacia dónde vamos con este proyecto político feminista, tanto individual como colectivamente y lo que representa para este momento de la historia.

Sin embargo hay una gran diferencia entre generaciones anteriores y las generaciones que ahora se expresan, sus niveles de autoconciencia son mayores, y ya no tienen miedo. Supongo que tantos años de nombrar la lucha contra la impunidad, demostrando que hubo genocidio, llevando a la conciencia pública lo que significó la violencia sexual en la guerra y lo que sucede con el feminicidio, no deja incólume a una sociedad. Tantos años de dejar claro que lo único que hemos querido es que se haga justicia, seguramente dejó clara la evidencia  en los cuerpos, las conciencias y los imaginarios de las mujeres de las generaciones jóvenes acerca de que no se trata de la justicia de los tribunales, sino de la que construye realidades en la vida real.

Ya desde hace mucho las mujeres sanadoras han afirmado “Si sanas tú, sano yo” y “sanar es una forma de hacernos justicia”.  En eso creo firmemente.

Sin embargo, ahora que después de muchos años las mujeres rompen masiva y públicamente los cercos del silencio, son de nuevo despreciadas, atacadas y criminalizadas. Algo internalizado en las conciencias de quienes reaccionan se está moviendo, posiblemente también la rabia de encontrarse en la contradicción de sus propios imaginarios normalizados. No es casual que sea especialmente en la experiencia urbana-ladina de mujeres y hombres de movimientos sociales, que esto resurja.

La sociedad guatemalteca se ha movido desde las resistencias en los departamentos del país, pero tímidamente en la capital desde el 2015. Lo que pasa es que moverse en los discursos políticamente correctos de la institucionalidad, mantiene el privilegio de lo que “debe ser” cambiado. Pero transformarse profundamente es otra cosa. En la revolución francesa se cortaron cabezas, pero cuando las mujeres dijeron “nosotras”, las guillotinaron los revolucionarios.

A la usanza de la idiosincrasia ladina ortodoxa, tal vez se considere más decoroso que se pida disculpas-por favor-si no es mucha molestia que dejen de burlarse, acosar y violentar a las mujeres. Nos dirán entonces que no y nosotras diremos: No tenga pena.  Pues no, esto ya no es posible.

La única ruta viable para que la rabia se transforme en florecimiento, es que procesen su hartazgo milenario, como acto de conciencia colectiva. Sabiendo que es una etapa del camino, no todo el recorrido.  Pero que es necesario soltar y sanar heridas.

No hay duda, es un hecho. El cambio social histórico del presente lo hacemos las mujeres de todas las condiciones e intersecciones. Los hombres de la misma manera, tienen aún un largo recorrido de autoconciencia. El silencio les ayudará a escucharse y a quitarse importancia personal.  No es vandalismo, es memoria histórica feminista. Posiblemente la única manera de decir: Nunca Más.