RUDA

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La educación en tiempos de cuarentena

Por: Candi Ventura López

He sido profesora de adolescentes desde hace nueve años, tiempo en el que he logrado escarbar el alma de cada generación para encontrar las mismas aguas sucias de violencia intrafamiliar, los árboles sembrados en los mismos bosques de soledad y desorientación, los mismos charcos de incomprensión, los eternos baches de amor. He visto los mismos monstruos con diferentes ropas, pero también he visto en esa galería de almas, gigantes con ojos llenos de rabia y miedo. Paralizantes.

Un paradigma es un conjunto de ejemplos, formas y costumbres que funcionan como modelo que rige a una persona. Algunos paradigmas han sido establecidos por convención social, y funcionan como herencia, por tanto, los grupos que integran pequeñas culturas los han puesto en práctica y custodiado de una forma tácita por años. Por lo que, cuando las personas llegamos a la etapa adulta creemos saberlo todo y empezamos a criticar a las nuevas generaciones porque eso fue lo que hicieron con nosotras y nosotros. Y como fieles entes escolarizados y alienados vamos con nuestra bandera de superioridad golpeando e ignorando a las generaciones más jóvenes. Creer que las problemáticas que tienen las y los adolescentes son “inmadureces” es seguir y defender un paradigma, que es a todas luces, base del problema educativo y social. Pero, si las situaciones que he conocido durante estos años de docencia me han abierto los ojos a toda esa basta tierra llena de monstruos amorfos, dolores y tristezas en la adolescencia, no me puedo ni imaginar lo que están sufriendo ahora en esta contingencia. Desde sentir ese aplastamiento infernal por ver pelear a papá y mamá, humillaciones, falta de dinero, hasta ser víctima de abuso sexual, y la pútrida cereza del pastel: el sistema educativo obsoleto y nefasto.

El nacimiento del modelo escolar actual data de finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, es decir, hace más de doscientos años. Su objetivo de aquellos tiempos en lo que hoy es conocido como Alemania del Este era el mismo que en el presente, crear soldados y obreros obedientes e incapaces de cuestionar y criticar, ciudadanos dóciles y productivos para el sistema. Algunas características de ese modelo criminal que siguen siendo armas en manos de ciertas personas dedicadas a la educación son: pruebas estandarizadas para toda la población estudiantil, como si aún no supiéramos que somos diferentes, que aprendemos de maneras distintas; el sistema de calificaciones, que lleva a una competitividad absurda por los dichosos cuadros de honor; permanecer en un escritorio todo lo que dura la jornada y el sistema de premio y castigo, primeras instrucciones para crear sociedades sumisas y manejables.

Evidentemente estos datos no se nos revelan nunca. Y de estar como contenido curricular en alguna carrera, el o la maestra que sirve el curso muchas veces es incapaz de sacudir el alma y el cuerpo de sus estudiantes para empezar a generar cambios, porque… ¿A quién no le indigna que nos sigan dando educación como hace doscientos años? ¡Y con los mismos propósitos!

En esta crisis provocada por la enfermedad covid-19, todas esas características pasaron de un salón de clase, que en muchos casos era el único lugar seguro para un montón de adolescentes, a una casa. Nada cambió, incluso he sabido de casos en donde las frustraciones de la población estudiantil son mayores porque no solo deben lidiar con el estrés de esta situación tan angustiante para todas y todos, sino que, además,  deben realizar tareas excesivas, investigar por su cuenta en la red, en lugares poco seguros porque quien debería guiar el aprendizaje no hace materiales adecuados o entendibles, y sentir ese cúmulo de emociones muy parecidas al odio por el estudio porque lo que están “aprendiendo” no tiene significado en sus vidas.  Asimismo, provoca que ya no pasen tiempo de calidad con ellos o ellas mismas, para conocerse, para llorar un poco. Porque tenemos derechos y dignidad, pero el sistema educativo con algunos maestros y maestras, lacayos ideales, les quita el derecho a sus ocho horas de recreación, a sus ocho horas de sueño… Y ahora, hasta el derecho de sentirse un poco mal.

Docentes ¿Ya pensaron en sus estudiantes mujeres que tienen el peso de la doble o triple jornada junto a sus madres? ¿Ya pensaron que muchas de ellas son tomadas como servidumbre en sus casas? ¿Han pensado un poco en cómo la están pasando? ¿Y si son violentadas sexual, física y, psicológicamente mientras ustedes les exigen que llenen una evaluación o una tarea que no les servirá para nada en sus realidades?

Ahora bien, también están aquellos casos que no somos capaces de ver porque nuestros privilegios nos nublan, no solo la vista, sino el corazón. ¿Qué pasa con aquella población estudiantil que no tiene acceso a internet, a una computadora? ¿Qué pasa con aquella Guatemala profunda? La desigualdad en este país siempre ha existido y está en todos los ámbitos, en todas las puertas de cada hogar; esta crisis solo la está sacando a flote y somos incapaces de verla, y más, de sentirla.

Toda esta situación debería enseñarnos que, como docentes, somos parte fundamental del cambio, tenemos que empezar a gestar las revoluciones en cada corazón de los y las estudiantes con las que compartimos saberes. Dejar de ningunear los pesares de la adolescencia cuando les decimos “en la universidad les irá peor” “ustedes por lo que se preocupan”.  Debemos desaprender, sacarnos todo lo que el sistema nos metió hasta la médula: el egoísmo, el creernos mejores docentes porque dejamos un montón de tarea, porque nuestra clase nadie la gana. ¡Ya basta!

No estamos educando en una modalidad a distancia, estamos educando en medio de una crisis mundial. Formulemos nuevas definiciones, enseñemos desde nuestras clases algo significativo para ellos y ellas. No somos docentes para replicar y perpetuar ese modelo criminal de escolarización con fines de adoctrinar para mano factura, somos docentes porque somos capaces de crear caminos para nuevas realidades. Porque una educación basada en la colectividad y empatía es lo único que nos salvará de un presente y un futuro individualista y asesino.