RUDA

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Infinitas “primeras veces”, el poder del encuentro y de la voz.

Fotografía: Ruda

Desde marzo del presente año he vivido muchas “primeras veces”: ver desde lo alto de un edificio las calles desiertas casi sin sonido luego del toque de queda. Observar, en ese mismo instante, cómo los pájaros en una especie de rebeldía y pérdida del miedo se apropiaban del espacio urbano sin humanos presentes.

Por primera vez viví la prisa y la angustia de llegar a casa antes de las 4pm, porque lo último que deseaba era ser detenida por un agente del orden público. Irónico, ¿verdad? En esos momentos pensé que la sensación que deberíamos tener al ver un policía es de seguridad y resguardo, algo que dista mucho en los imaginarios internalizados, por lo menos en mi caso. Cada vez que veo una patrulla siento una especie de temor enquistado.

Por primera vez fui sorprendida bañándome luego de hacer ejercicio por una voz que me decía que tenía que salir porque iban a cerrar el gimnasio donde solía asistir. Tuve que salir de prisa sin poder entender muy bien lo que pasaba.

Desde ese día se me ocurrió caminar por la parte de atrás del edificio donde vivo y a partir de ese momento también hubo otra primera vez, pero con un tinte distinto. Pude ver cómo una cenzontle hizo su nido en un lugar agreste, en el puro cemento, y allí cuidó cuatro pequeños huevos. Iba todos los días a visitar el nido y a atestiguar cómo se desarrollaba el proceso de esas nuevas vidas. Desaparecieron dos de esos huevos y la pajarita siguió cuidando a los sobrevivientes. Me llamaba la atención cómo ella salía huyendo cuando yo me acercaba y dejaba solo el nido, pues tenemos tan enraizada la idea de que una madre prefiere morir antes que dejar abandonadas a sus crías. Esa fue una gran lección para mí porque entendí que, si ella no se mantenía con vida, no podía lograr que sus polluelos nacieran. Entendí que no podemos ayudar a nadie si no nos protegemos nosotras mismas.

En ese nuevo tinte de las primeras veces, súbitamente bajó el ritmo de mi vida. Me impactó mucho cómo anteriormente corría de un lado para otro, con prisa de llegar, a veces con prisa de salir, siempre como anhelando algo que no sé exactamente qué es. Creo que el sistema social en que vivimos nos arrastra a las arenas movedizas de creer que valemos según cuánto produzcamos, cuántos resultados generemos, cuántas expectativas externas podamos cumplir. Todo orientado a huir de nuestra esencia. El encierro nos obligó a vernos en el espejo interno de la soledad.

Por primera vez vi personas con banderas blancas en las calles, familias enteras que perdieron sus ingresos económicos a raíz de la pandemia, escuchar las dificultades de mis amigas y amigos artistas. Muy sorprendida, vi cómo se manifestaban varios matices de la condición humana: por un lado, la formación de nuevos lazos de solidaridad, ejemplos luminosos como el trabajo de la Olla Comunitaria, grupos que surgían para mitigar la crisis, muchas veces asumiendo funciones que son responsabilidad del Estado. Fue hermoso ver el trabajo comprometido de muchas personas. Por otro lado, ver cómo surgían emociones como la ira, pensar cómo se estaría viviendo la violencia en la puerta cerrada de tantas casas, ver cómo en ciertos momentos el enfermo era visto como enemigo al que incluso había que sacar de su lugar de vivienda a costa de lo que fuera. Así somos las y los seres humanos, luz y sombra y entre los extremos una infinidad de matices.

Todo esto fue como una serie de dispositivos que se encendieron dentro de mí y a la necesidad de entender de qué forma también yo podía hacer algo desde la forma más sagrada que tengo de expresión: la música y la creatividad. Inicié una comunidad en Facebook que se llama “Comunidad de arte para sanar”. Surgió desde la perspectiva del arte y la creatividad como un derecho humano y no como algo destinado a unas pocas personas. Creo profundamente que el retomar la conexión con la vida a través de la voz, que considero el instrumento más maravilloso que existe porque las personas lo tenemos de forma única y se expresa desde nuestras maneras particulares de existir, desde nuestro cuerpo total. Es una forma muy profunda de sanarnos. Así que iniciamos un compartir de diferentes herramientas del arte que se podían practicar desde casa para contribuir al auto descubrimiento, al manejo de la ansiedad, de la tristeza y el conflicto interno y externo que provoca el encierro.

Por primera vez me atreví a hacer un concierto completo online yo sola con mi guitarra y mis tambores. Fue una experiencia extraña al principio porque no había la cercanía física, ni alguien que diera una respuesta perceptible a las canciones como se acostumbraba en los conciertos presenciales. Pero también fue algo maravilloso sentir y saber que la cercanía humana, el afecto, la contención, traspasa cualquier barrera y que el poder de nuestra voz, del encuentro es tan fuerte que siempre buscaremos alternativas para mantenerles constantes y palpitantes.

Por primera vez grabé en estudio una canción con mi hija Lluvia Luna. Fue como el despertar de lazos ancestrales que nos unen. El escuchar su voz espejeándose en la mía fue la forma de trasladarle un legado desde lo profundo de las células y del espíritu. Fue el intercambio de un amor infinito y un diálogo que deja huellas vivas en nosotras.

Así que iniciamos un compartir de diferentes herramientas del arte que se podían practicar desde casa para contribuir al auto descubrimiento, al manejo de la ansiedad, de la tristeza y el conflicto interno y externo que provoca el encierro.

Al final, todo este tiempo ha sido un gran maestro, un espejo, un proceso de arrancar viejas costras del alma, barreras que acumulamos durante años que impiden verdaderos encuentros. La vida cambia de un momento para otro y ahora hemos atestiguado el valor del momento presente ante los cambios imprevistos y constantes. El valor de lo que dábamos por sentado: la lluvia, el abrazo verdadero, el contacto, lo que nos hace realmente humanas, humanos.

Se abren nuevos caminos para renacer en el poder de la voz, en abrir espacios para el perdón y la libertad en el latido de los tambores, en recibir del universo la nueva música que quiere nacer…