Caída Libre
Por: Ana Quiroga
«Falling from height». Golpe corto con el que la Wikipedia sacude la memoria de Ana Mendieta. Caída desde las alturas. La ejecución perfecta de Carl André. Nadie tocó aparentemente ese cuerpo mientras se desplomaba. Nadie intervino en su ejecución. La caída de guante blanco. Caída clasificada. Caída pronosticada. Caída… ¿justificada?.
Mendieta, de orígenes cubanos, fallecía en el barrio neoyorquino de Greenwich Village el 8 de septiembre de 1985. A día de hoy, el motivo de su muerte sigue velado por el patriarcado y la supuesta inocencia de quien era su pareja por aquel entonces, el también artista Carl André. Pese a los intentos de diversas organizaciones feministas y de la lucha de su familia, el fallecimiento de Mendieta sigue atado al suicidio. Asesinato encapsulado en 1988 en la libertad sin cargos para Carl.
Segundos antes de precipitarse al vacío, Mendieta y André habían discutido. Una cuestión doméstica, dirían aquellos que hoy niegan la violencia machista. Se escucha el «no» repetido y absoluto de Mendieta. André justifica la caída con los celos. Él era más visible que ella. Su arte se valoraba mejor. Mendieta implora la injusticia y en un arrebato se tira de la ventana. André llega tarde y con las manos limpias. El desequilibrio de la balanza sería, según la voz masculina, el verdadero ejecutor.
Según la justicia, Carl André era y sigue siendo inocente. La falta de un prueba tácita, irrefutable, de una violencia invisible y asfixiante le despoja de toda culpa. André era la voz masculina y blanca. Poderosa. Mientras, Ana Mendieta no dejaba de ser para algunos críticos y académicos una artista «menor». Una mujer racializada cuyo origen le permitiría a su pareja culparla de su carácter emocional. Mendieta, la histérica, la pulsional, la latina. La excesiva. La única culpable de esa caída mortal.
En 1988 (y quizá todavía ahora) Carl André no estuvo solo. Su amigo, el «prestigioso» artista Frank Stella pagó su fianza. El mundo del arte, ese mismo al que todas aspiramos, aupó a André y prestigió sus obras, por encima de las performances, vídeo-instalaciones y fotografías de Mendieta. El propio Museo Reina Sofía organizó una polémica exposición sobre Carl André en 2015 (https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/carl-andre-escultura-como-lugar-1958-2010). No era el único, puesto que centros como el MOCA de Los Ángeles (https://www.moca.org/exhibition/carl-andre-sculpture-as-place) o el MAM de París (http://www.mam.paris.fr/en/expositions/exhibitions-carl-andre) acogían la misma exposición dos años después.
Frente al reconocimiento a la figura de Carl André, apenas un par de centros buscan el trazo de Ana Mendieta en la Historia del Arte. Cabría destacar las exposiciones de Galería Lelong de Nueva York (http://www.galerielelong.com/exhibitions/ana-mendieta5) y del Jeu de Paume de París (http://www.jeudepaume.org/index.php?page=article&idArt=3060) que tuvieron lugar entre 2018 y 2019. En el caso del MOMA de Nueva York, su nombre aparece en 16 exposiciones colectivas. Exposiciones en las que el nombre de la artista se difumina y sirve para llenar el vacío de la casilla de «mujer» y «artista latina». La vieja estrategia de cajón de sastre con la que muchos centros de arte siguen creyendo que responden a la demanda de un arte en femenino plural.
La opinión disidente de colectivos feministas como WHEREISANAMENDIETA (https://twitter.com/anamendietauk) o Sisters uncunt (http://www.sistersuncut.org) sigue siendo, a día de hoy, una de las escasas voces que siguen clamando contra el silencio de Ana Mendieta. Una disidencia que se traslada al mundo de la ópera, donde los múltiples abusos de Plácido Domingo han sido acallados incluso por las mujeres de su entorno; o del cine, premiando con el César a la mejor película a Polanski, abusado de violación y acoso. Un agrio reconocimiento a pocos días de que el juicio a Weinstein lo haya condenado como culpable de violación.
André. Domingo. Polanski. Weinstein. Cuatro nombres con cargas penales absolutamente diferenciadas pero con un punto en común: el privilegio. Mientras que el primero ha logrado escapar de toda responsabilidad penal, el último de ellos era condenado por violación el pasado 24 de febrero.
Del homicidio de Mendieta a la condena de Weinstein han pasado más de tres décadas. Un espacio considerable de tiempo en el que el feminismo ha salido del olvido y se ha impuesto a golpe de calle. Si bien Carl André sigue en libertad, el juicio de Weinstein puede leerse como el principio del fin.
Puede que, finalmente, el miedo esté empezando a cambiar de bando. Puede. Pero también puede ser que nos confundamos. Que esto no sea más que el agasajo oportuno con el que el patriarcado colme la sed de nuestros labios. Una bruma ligera que nos adormece hasta el próximo golpe.
Por eso es necesario estar alerta y no olvidar. No olvidar que el Reina Sofía reconocía la figura de Carl André en 2015 y dejaba en el olvido la lucha de Mendieta. Sí, es cierto que el paradigma comienza a mutar y que la reciente incorporación a la colección del Reina de una de las obras fotográficas de Mendieta puede incluso ilusionarnos. Pero no olvidar. No olvidar su grito acallado. Solo accediendo al sistema del arte sabiéndonos intrusas estaremos siendo justas con Ana y todas las asesinadas. Solo desde el honor de sabernos frágiles pero férreas en nuestro disentimiento.
Para ello, volvamos a su obra. Recuperemos su legado. Trabajemos desde nuestros cuerpos tomados. Tomemos la lava como origen y la tierra como madre hasta devenir indomables. Porque no estamos todas, faltan las asesinadas.
Referencias:
https://www.nytimes.com/es/2018/09/21/espanol/cultura/ana-mendieta-artista-obituario.html
https://www.pikaramagazine.com/2015/05/contra-el-olvido-de-ana-mendieta
https://www.revistavanityfair.es/poder/articulos/muerte-de-ana-mendieta-artista-carl-andre/22631
https://elpais.com/elpais/2020/02/03/eps/1580752428_768033.html
https://elpais.com/elpais/2017/10/31/tentaciones/1509442080_612367.html